06 Julio, 2011
Escrutinio No. 70
Cada 3 de julio el mítico cementerio de Père-Lachaise recibe una enorme cantidad de visitantes de varias generaciones movidos por una motivación ampliamente conocida. El cantante, poeta y cineasta James Douglas Morrison abandonaría su cuerpo mortal mientras tomaba un baño en su departamento del Barrio del Marais en París, Francia. Era 1971 y, con ello, daría inicio a una de las leyendas más sólidas en el de por sí muy adoquinado camino de las historias míticas del rock. Al cementerio más grande de París llegan constantemente una cantidad considerable de curiosos, “es como un parque más de la ciudad”, dicen los vecinos del Distrito XX de la Ciudad Luz, sin embargo cada inicio de julio miles de hippies, rockeros, neo hippies, hippies de prestado y amantes de la música y sus relicarios hacen que las tumbas de Edit Piaf, Franz Liszt, George Sand, Honoré de Balzac, Maria Callas, Miguel Angel Asturias, Frédéric Chopin, Pierre Bourdieu, Guillaume Apollinaire, Auguste Comte, Isadora Duncan, Alfred de Musset, Paul Eluard, por solo mencionar a algunos cuantos, se vuelvan una escenografía en donde una larga lista de flores, poemas, botellas, cigarros de marihuana, fotografías y demás ofrendas tengan que descansar antes de ir a rendir tributo al Rey Lagarto.
Los seres humanos somos amigos de las tumbas, de los lugares sagrados, de los ritos autoimpuestos. Creemos que aquellos que han alcanzado la iluminación tienen alguna especie de deuda con el mundo de los mortales y, por lo mismo, sentimos que el estar en contacto con un ser que consideramos inmortal, aunque sea a través de su obra, nos hará partícipes de la Gloria. Más allá de los famosos lugares de peregrinaje religioso (la Meca, la Villa, Asissi, Roma, Jerusalén, los ejemplos sobran), buscamos entre los que nos son comunes, entre los humanos, alguien que nos aproxime a una realidad que se parezca a un sueño. Un texto de Michael Ende contenido en el libro El espejo en el espejo cuenta cómo es que los elegidos alados para salir de la Ciudad Laberinto portan una red de pescador y cada desgraciado con quién se topan por la calle les da un trozo de su desgracia, “A ti no te pesará, pero a mí me aliviará mucho. Tú eres un hombre dichoso y escaparás del laberinto. Pero yo permaneceré aquí para siempre, porque nunca seré feliz. Por eso te pido que te lleves una pequeña parte al menos de mi desdicha. Así participaré un poco en tu evasión. Eso me daría consuelo”. Casualmente todos estos semidioses del Olimpo inventado no han gozado de un final feliz en vida. ¿Será que la muerte temprana otorga un halo de misticismo que se asocia con la inmortalidad? Una frase de John Derek erróneamente atribuida a James Dean afirma "Live fast, die young and leave a good looking corpse", al parecer este es el lema de batalla que dicta la inmortalidad.
La visita al cementerio al lado de mi esposa nos hizo que recorrer esos girones de Tierra Santa conformado por las tumbas de quiénes pueblan nuestro panteón particular, era un diciembre frío y sin gente por lo que pudimos recorrer Père-Lachaise a nuestras anchas entre árboles dormidos, cuervos somnolientos y una neblina quieta. Después de visitar la tumba de Morrison y dejarle un ramo de tulipanes comprados en Sant Michel, unos cigarros y unos poemas un curioso episodio ocurrió. Caminamos rumbo a la tumba de Amadeo Modigliani, otro mito del amor, la técnica, la novedad y la reinvención constante y, casualmente, otra historia de amor. Dentro de su tumba se encuentran el pintor y su esposa, la también pintora Jeanne Hébuterne, quién se suicidó después de conocer la noticia de la muerte del pintor estando ella embarazada del hijo de ambos. Todo un monumento al amor. Tras dejarle alguna ofrenda, en la jardinera que se encuentra a sus pies, encontramos una botella de vino cerrada, seguro otra ofrenda dejada ahí por algún otro admirador de la familia Modigliani-Hébuterne. ¿Quieres emborracharte con Amadeo? Le dije a mi mujer, y nos tomamos la botella al pie de la tumba mientras brindábamos a la salud de todos nuestros muertos. Al salir de ahí, corriendo, medio tomados y entre tumbas, nos encontramos con una pareja de ancianos que cargaban una maleta azul. Nos preguntaban por la sortie. Con mi pésimo francés le dije al hombre que yo iba hacia afuera, que nos podíamos acompañar y que me permitiera ayudarle con esa maleta azul que pesaba como el demonio. En el trayecto percibí que el hombre tenía un raro acento, No soy francés, dijo en francés, su mujer no hablaba, una mujer de cabellos largo que alguna vez fueron dorados, solo sonreía constantemente ante nuestra no conversación. En la puerta del cementerio y nos deseamos buen viaje y buena vida. El hombre tras sus barbas me dijo algo así como: “tous ceux qui choisit son propre destin,” me quitó la maleta como si no pesara y se marchó. Tras de nosotros quedaban las puertas de Père-Lachaise, sus tumbas famosas declamando poemas, danzando y diciendo cosas importantes, una música tenebrosa se perdía entre la niebla y la voz de Jim Morrison reía, se reía.
*Alfredo Peñuelas Rivas. Escritor nicaraguense y mexicano, licenciado en comunicación especialista en cine y video. Experiencia en comunicación estratégica y relaciones públicas. Actualmente está encargado de la producción, coordinación y guión de la serie de documentales "El cambio climático a comienzos del siglo XXI". en la Universidad Autónoma Metropolitana, Cuajimalpa. Estudia una maestría en Literatura en la Universitat Pompeu Fabra y próximamente el Doctorado en Literatura comparada.
FUENTE:
http://www.escrutinio.com.mx
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