domingo, 18 de diciembre de 2011

• "De Relicarios y Tumbas. 40 Años Sin James Douglas Morrison" •

06 Julio, 2011


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Alfredo Peñuelas Rivas


Escrutinio No. 70







 

Cada 3 de julio el mítico cementerio de Père-Lachaise recibe una enorme cantidad de visitantes de varias generaciones movidos por una motivación ampliamente conocida. El cantante, poeta y cineasta James Douglas Morrison abandonaría su cuerpo mortal mientras tomaba un baño en su departamento del Barrio del Marais en París, Francia. Era 1971 y, con ello, daría inicio a una de las leyendas más sólidas en el de por sí muy adoquinado camino de las historias míticas del rock. Al cementerio más grande de París llegan constantemente una cantidad considerable de curiosos, “es como un parque más de la ciudad”, dicen los vecinos del Distrito XX de la Ciudad Luz, sin embargo cada inicio de julio miles de hippies, rockeros, neo hippies, hippies de prestado y amantes de la música y sus relicarios hacen que las tumbas de Edit Piaf, Franz Liszt, George Sand, Honoré de Balzac, Maria Callas, Miguel Angel Asturias, Frédéric Chopin, Pierre Bourdieu, Guillaume Apollinaire, Auguste Comte, Isadora Duncan, Alfred de Musset, Paul Eluard, por solo mencionar a algunos cuantos, se vuelvan una escenografía en donde una larga lista de flores, poemas, botellas, cigarros de marihuana, fotografías y demás ofrendas tengan que descansar antes de ir a rendir tributo al Rey Lagarto.


              Los seres humanos somos amigos de las tumbas, de los lugares sagrados, de los ritos autoimpuestos. Creemos que aquellos que han alcanzado la iluminación tienen alguna especie de deuda con el mundo de los mortales y, por lo mismo, sentimos que el estar en contacto con un ser que consideramos inmortal, aunque sea a través de su obra, nos hará partícipes de la Gloria. Más allá de los famosos lugares de peregrinaje religioso (la Meca, la Villa, Asissi, Roma, Jerusalén, los ejemplos sobran), buscamos entre los que nos son comunes, entre los humanos, alguien que nos aproxime a una realidad que se parezca a un sueño. Un texto de Michael Ende contenido en el libro El espejo en el espejo cuenta cómo es que los elegidos alados para salir de la Ciudad Laberinto portan una red de pescador y cada desgraciado con quién se topan por la calle les da un trozo de su desgracia, “A ti no te pesará, pero a mí me aliviará mucho. Tú eres un hombre dichoso y escaparás del laberinto. Pero yo permaneceré aquí para siempre, porque nunca seré feliz. Por eso te pido que te lleves una pequeña parte al menos de mi desdicha. Así participaré un poco en tu evasión. Eso me daría consuelo”. Casualmente todos estos semidioses del Olimpo inventado no han gozado de un final feliz en vida. ¿Será que la muerte temprana otorga un halo de misticismo que se asocia con la inmortalidad? Una frase  de John Derek erróneamente atribuida a James Dean afirma "Live fast, die young and leave a good looking corpse", al parecer este es el lema de batalla que dicta la inmortalidad.

Durante una visita a París, como resulta obvio, yo tenía interés por conocer Père-Lachaise y ese interés tenía nombre y ese nombre era Jim Morrison. Este joven poeta y músico de Florida fue capaz de reunir en su breve vida una serie de elementos que lo volvieron mítico: hijo de una buena familia norteamericana (el padre era almirante de la Marina), estudiante de cine y perteneciente a una generación dorada de la cinematografía americana ((la misma que Francis Ford Coppola y George Lucas) apariencia hippie (cosa de la que siempre renegó), yunkie, músico y devorador de libros lo mismo recitaba poemas de Baudelaire y William Blake que textos de Nietzsche o Jack Kerouac, e incluso adaptaba en vivo e improvisando pasajes de Sófocles como consta en esa portentosa versión de Edipo Rey contenida en la pieza The end, y que lo lanzara a la fama. Se rumora que algunos de sus profesores iban a la biblioteca del Congreso  para constatar que los libros que Jim citaba realmente existían, "parecía como si él mismo hubiera escrito esos libros; la mayoría de los otros alumnos no llegaban a comprenderlos como él". Además juntó a tres músicos extraordinariamente talentosos, Ray Manzarek, Robby Krieger, John Densmore quienes parecían moverse a voluntad de los impulsos de Morrison, todos conocidos por un nombre que no necesita presentación y extraído de un verso de quien fuera, tal vez, su poeta favorito, William Blake: "If the doors of perception were cleansed, every thing would appear to man as it is: infinite."  El propio Morrison era una especie de Père-Lachaise viviente que traía a cuestas a todos sus muertos que acaban por cobrar vida a través de su boca y su música y, para colmo, era guapo. Su capacidad de reinventarse era tal que incluso negó esa belleza física al final de sus días siendo un remedo físico de ese semi dios, un viejo en un cuerpo de veintisiete años de edad que buscaría no solo esa muerte temprana sino que en ella arrastraría más tarde a su amada Pamela Courson. Eso me haría recordar una frase que si dijo James Dean: “Dream as if you'll live forever. Live as if you'll die today”. Jim Morrison eligió París para morir, por algo será, como lo dicta su epitafio escrito en griego: Kata ton daimona eaytoy (cada quién es su propio demonio).

              La visita al cementerio al lado de mi esposa nos hizo que recorrer esos girones de Tierra Santa conformado por las tumbas de quiénes pueblan nuestro panteón particular, era un diciembre frío y sin gente por lo que pudimos recorrer Père-Lachaise a nuestras anchas entre árboles dormidos, cuervos somnolientos y una neblina quieta. Después de visitar la tumba de Morrison y dejarle un ramo de tulipanes comprados en Sant Michel, unos cigarros y unos poemas un curioso episodio ocurrió. Caminamos rumbo a la tumba de Amadeo Modigliani, otro mito del amor, la técnica, la novedad y la reinvención constante y, casualmente, otra historia de amor. Dentro de su tumba se encuentran el pintor y su esposa, la también pintora Jeanne Hébuterne, quién se suicidó después de conocer la noticia de la muerte del pintor estando ella embarazada del hijo de ambos. Todo un monumento al amor. Tras dejarle alguna ofrenda, en la jardinera que se encuentra a sus pies, encontramos una botella de vino cerrada, seguro otra ofrenda dejada ahí por algún otro admirador de la familia Modigliani-Hébuterne. ¿Quieres emborracharte con Amadeo? Le dije a mi mujer, y nos tomamos la botella al pie de la tumba mientras brindábamos a la salud de todos nuestros muertos. Al salir de ahí, corriendo, medio tomados y entre tumbas, nos encontramos con una pareja de ancianos que cargaban una maleta azul. Nos preguntaban por la sortie. Con mi pésimo francés le dije al hombre que yo iba hacia afuera, que nos podíamos acompañar y que me permitiera ayudarle con esa maleta azul que pesaba como el demonio. En el trayecto percibí que el hombre tenía un raro acento, No soy francés, dijo en francés, su mujer no hablaba, una mujer de cabellos largo que alguna vez fueron dorados, solo sonreía constantemente ante nuestra no conversación. En la puerta del cementerio y nos deseamos buen viaje y buena vida. El hombre tras sus barbas me dijo algo así como: “tous ceux qui choisit son propre destin,” me quitó la maleta como si no pesara y se marchó. Tras de nosotros quedaban las puertas de Père-Lachaise, sus tumbas famosas declamando poemas, danzando y diciendo cosas importantes, una música tenebrosa se perdía entre la niebla y la voz de Jim Morrison reía, se reía.  


 



*Alfredo Peñuelas Rivas. Escritor nicaraguense y mexicano, licenciado en comunicación especialista en cine y video. Experiencia en comunicación estratégica y relaciones públicas. Actualmente está encargado de la producción, coordinación y guión de la serie de documentales "El cambio climático a comienzos del siglo XXI". en la Universidad Autónoma Metropolitana, Cuajimalpa. Estudia una maestría en Literatura en la Universitat Pompeu Fabra y próximamente el Doctorado en Literatura comparada.


FUENTE:
 http://www.escrutinio.com.mx

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